Han sido varios meses de entrenamientos. Muchos días con las ganas justas después del trabajo, y con un tiempo que no acompañaba. Se iba acercando el día y la sensación de mariposas en el estómago, (también se puede llamar acojone) iba in crescendo.
El sábado antes, fui a recoger los dorsales, a escuchar la charla técnica, y a cotillear que es lo que se movía alrededor de este gran reto.
Y llegó el día. Todo pintaba en bastos, hasta el madrugón, (4 de la mañana) iba en mi contra. Como me gusta hacer las cosas bien, la cena anterior fue correcta, y el desayuno también. A la cabeza hay que ir eliminándola excusas, o se agarrará a cualquiera de ellas y te hará parar.
5:30 de la mañana y estábamos subiendo la bici al camión que las llevaba a la T1, que estaba en el pantano de Cazalegas, al que nos transportaron en autobús fletado por la organización. En él, acompañados por nuestras mujeres, humor infantil propio de los nervios previos.
Y llegamos a Cazalegas, un montón de gente, un montón de bicis y, sin tiempo para pensarlo, nos colocamos el neopreno.
A las 8:00 de la mañana, estábamos preparados para empezar. Circuito de 2 vueltas, con salida a tierra y yo, que no me encontraba nada cómodo seguía nadando para pasar el trámite. No se competir, ni contra mí mismo. Esto hizo que el tiempo del sector de natación fuera muy discreto.
Salgo del agua, andando y continuo hasta la T1, para quitarme el neopreno y pasar a la bici que, en principio debía ser mi mejor sector. Ya nos habían avisado en la charla técnica que íbamos a tener aire, y no se equivocaron. 80 kms con aire es demasiado aire para luego correr media maratón, así que pensé que sería mejor no poner toda la carne en el asador, por lo que pudiera venir después.
Fui adelantado varias veces, y tuve como compañeros un buen rato a unos jueces que se empeñaron en que no hiciera trampas, no fuera a ser que ganara.
A pesar del aire, las sensaciones en el sector de bici fueron mejores que en el nado, y llegamos a Toledo guardando algo para el final y, tragándome la transición que la hice a lo me caguen 10.
Bueno, llego a ponerme las zapas y la gorra, me siento en el suelo, claro. Empiezo a correr, sin prisa, sin pausa. Al apoyar el pie derecho la planta me pincha, dolor agudo. ¡Venga ya! Pues voy a seguir, y se me tiene que pasar. Afortunadamente se me pasa antes de salir a la senda ecológica. Este es el tramo en el que tengo que luchar contra la cabeza, que ya empieza a enviar mensajes de que no pasa nada si hay que abandonar.
Eran 3 vueltas por la senda ecológica, lo que te ayuda a segmentar el sector, (divide y vencerás), pero antes de acabar la primera de ellas, la cabeza se había rendido: “Es imposible hacer una media maratón con el tute que llevas en el cuerpo”, “Si no acabas, tampoco es tan malo”, y otras lindezas parecidas ocupaban mis pensamientos cuando estaba entrando en la primera vuelta.
Me tomé el gel que me quedaba, y empecé a ver las cosas de otro modo: “ya casi está”, “ahora llegamos a la vuelta, y nos queda la mitad. Un tramo más, y completamos la segunda vuelta y entonces, la última, aunque sea andando…”, “esto está hecho”. Me cambió la actitud, e incluso me permitía bromear con los de los avituallamientos. Y así fue como hice la última vuelta poco más deprisa que andando, pero la hice.
La entrada en meta, no se puede describir. Cuando empiezas a correr por la moqueta azul, sabiendo que has terminado y escuchando los ánimos de la gente, es impresionante. Y si más allá del arco de meta, te espera tu mujer para abrazarte y colocarte la medalla de finisher, mientras el speaker te está dando la enhorabuena por acabar es, simplemente asombroso.
No me acordaba de lo pasado en los meses anteriores entrenando, cuando lo que apetecía era quedarte en casa calentito. Aunque no tengo yo todo el mérito. Tengo unos compañeros que me han seguido a estos entrenamientos y me han animado cuando ya no quedaban ánimos.
Gracias JuanJa, compañero de fatigas en esta aventura. Gracias al Chino y a Manolo por la cantidad de kilómetros recorridos juntos por esos caminos (y polígono). Gracias a Abel, por acompañarme a entrenos de bici, a pesar de estar pasándolo mal con la dichosa rodilla, y por estar ahí cuando nos ha hecho falta.
Muchas gracias a Gema, mi mujer, por aguantar mis nervios y permitir tanto entreno. Por sus horas en la cocina, cuidando mi alimentación.
Este reto está conseguido. ¿Lo próximo?